Son muchas las dificultades de un viaje tripulado de ida y vuelta a Marte. Como es natural, el coste de enviar una nave con astronautas es muy superior al de las sondas con robots, algo que ya se ha hecho con éxito.
Hay razones importantes para ir a Marte. Colonizar otro mundo es un seguro de vida para el caso de que el nuestro de origen, la Tierra, se hiciese algún día inhabitable. No olvidemos la nada desdeñable posibilidad de desastre planetario: la destrucción nuclear, el impacto de meteoritos, el agotamiento de los recursos, la superpoblación. O simplemente la posibilidad de que nuestra ciencia y tecnología se estanquen y dejen de estar a la altura de los exigentes retos de nuestra supervivencia.
Y una colonia en Marte nos proveerá de mejores herramientas de indagación científica. La planetología, la geología, la biología evolutiva son solo algunas de las disciplinas que se beneficiarían enormemente.
En la década de 1970, tras las misiones Apolo, todo el mundo daba por hecho que estaríamos en Marte antes del 2000. En 1957 se puso en órbita el Sputnik, inaugurándose la Era Espacial, y solo doce años más tarde, pusimos pie en la Luna. ¿Cómo no íbamos a llegar a Marte antes de fin de siglo? Pues no llegamos. En las últimas décadas se han hecho muchos progresos en la exploración del Sistema Solar, pero mediante sondas no tripuladas. A Marte mismo, con las misiones Viking de 1976 o la Mars Pathfinder de 1997. Pero lo realmente excitante sería ver de nuevo a seres humanos caminando sobre la superficie de otro mundo, como sucedió con la Luna en 1969, 1971 y 1972.
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